Por Lucas Cosci |
Editor revista Trazos – lucosci@yahoo.com.ar |
En las narrativas biográficas de la filosofía, podemos observar modelos del ejercicio del filosofar, según nuestras permanencias o desplazamientos en el espacio.Uno es el modelo socratico-kantinano o sedentarismo monocultural. Se trata del ejercicio de aquellos filósofos que no han abandonado su lugar de residencia y no han podido abrirse hacia un horizonte cultural que no fuera el propio, como lo testimonian los casos emblemáticos de Sócrates en relación con Atenas y de Kant en relación con Koeningsberg. Por otro lado, hay un modelo platónico-benjaminiano o de itinerancia monocultural. Son aquellos filósofos que han viajado incansablemente y han hecho de sus merodeos parte de un proceso de reflexión e investigación, es decir, un modo de hacer filosofía y una práctica de escritura, como lo testimonian las paradigmáticas cartas platónicas y los Denkbilder de Walter Benjamin (2011).No se trata de la movilidad o el sedentarismo del filósofo. Lo que está en el foco es el ejercicio de un pensamiento que se descubre articulado entre peripecias de viajes, en los intercambios con otros lugares y otros sujetos, pero sin desplazamientos en el orden del sentido. Es un filosofar que se desarrolla a partir de un desplazamiento en el espacio, pero sin lograr el tránsito hacia un horizonte cultural extraño. Por último, podemos presentar un modelo kuscheano de filosofar o itinerancia intercultural, la que implica que los desplazamientos en el espacio conllevan desplazamientos en el orden del sentido. Es decir, que el viajero filósofo puede llegar a través del espacio a incursión interpretativa en otro horizonte simbólico. Como sabemos, Rodolfo Kusch ha sido un viajero incansable.Hijo de inmigrantes alemanes radicados en Buenos Aires, en los años setenta se traslada al Noroeste Argentino, en Salta primero, luego en la Quebrada de Humahuaca.Sus viajes y sus trabajos de campo, lo llevarían por los caminos más profundos de la América parda: Cuzco, Cochabamba, Oruro, Carabuco, además de sus viajes por México en Puebla y las ciudades del Yucatán, entre otras localidades. Su escritura es un emergente de esos viajes.A medio camino entre el ensayo, los diarios de viajes, la crónica, sus textos son un intento de articular en una narrativa sus experiencias trashumantes con sus elaboraciones conceptuales. Ya desde su temprano libro Indios, porteños y dioses, su escritura se revela como “anotaciones de viajes”:“Al principio cada una es una simple fotografía, como si relatara lo que a todos nos gusta escuchar, para luego volver atrás, y a través de una implacable revisión, retornar hasta ese momento en el cual no sabíamos aun si lo que veíamos era un indio o un árbol, pero advirtiendo siempre que ahí mismo andaban muy cerca los dioses” (1998, p. 147). El “ahí mismo andaban muy cerca los dioses” nos remite al asomo de una alteridad irreductible. Anécdotas, situaciones, personajes, objetos y símbolos articulan una urdimbre en que lo americano se manifiesta en lo sutil y en que los conceptos son llamados desde la trama misma de la vida. Lo mismo podemos decir de su libro Charlas para vivir en América, texto en que el autor da continuidad al estilo narrativo del anterior. Ciudades y pueblos de Perú, Bolivia y el Norte Argentino son el escenario de sus crónicas.Sorprende en este texto la capacidad de observación y de registro de detalles, de sutilezas y de señales que para cualquiera pasarían desapercibidos. América profunda es el libro que, como Kusch lo confiesa en el exordio, de un modo a la vez “técnico y literario”, reelabora sus experiencias en un plano categorial filosófico.En la Introducción a América, se nos dice: “Cuando se sube a la iglesia de Santa Ana del Cuzco -…- se experimenta la fatiga de un largo peregrinaje. Es como si se remontaran varios siglos.” (1999, p. 9). ¿De qué peregrinaje nos está hablando? ¿Se trata acaso de aquel largo peregrinaje a través de nosotros mismos en el que llegamos a descubrir al otro que hay en nosotros y al nosotros que hay en el otro?¿Se trata acaso del tránsito desde la pulcritud al hedor, desde el ser al estar?Viaje en el orden simbólico, la subida a la Iglesia significa un tránsito en el espacio, en el tiempo y en el lenguaje, que nos lleva hacia el horizonte de aquel viejo compromiso con “verdades desconocidas”. En un contexto de geocultura para Kusch viajar es ir tras las huellas de un horizonte simbólico extraño, es desandar el rastro que un sujeto cultural otro ha dejado en el mundo, pero es también reencontrarse a sí mismo en ese peregrinar. “En el altiplano nos despojamos y entonces descubrimos un vector de nosotros mismos que desconocíamos” (1998, p. 180). El filosofar en nuestra América ha sido para Kusch un ejercicio nómade, trashumante. Sus viajes no han sido una aventura fortuita.Han sido un modo de entender y ejercer el filosofar intercultural.Un viaje para Kusch no es sólo un desplazamiento en el espacio.Un viaje es un largo rodeo del pensamiento, que atraviesa tiempos y espacios, culturas y lenguajes, lo geográfico y lo simbólico. ¿Qué significa viajar cuando se piensa en términos de geocultura? ¿Qué pasa con nosotros mismos cuando se viaja desde Abra Pampa? Referencia Bibliográficas Benjamin, W. (2011). Denkbilder, Epifanías en viajes, Buenos Aires: El cuenco de Plata. Kusch, R. (1998). Obras completas, Tomo I, Rosario: edit. Fundación Ross. Kusch, R. (1999). Obras completas, Tomo II, Rosario: edit. Fundación Ross. Kusch, R. (2000). Obras completas, Tomo III, Rosario: edit. Fundación Ross. |