Sobre la encíclica “Laudato Si” – Primera Parte

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 Por Alfredo Basualdo
 Licenciado en Teología, Licenciado en Filosofía – alfredobasualdocarbone@gmail.com

Introducción:

En el presente la ecología es un tema que interesa a muchas personas a lo larga y a lo ancho del planeta. Sin discriminar raza, lengua o religión, sin importar la condición social o el nivel de educación casi todos los seres humanos parecen interesarse de alguna manera en este asunto. Especialmente los jóvenes encuentran en ella la posibilidad de asumir un estilo de vida alternativo, que distinguiéndose de los demás, propone sin violencia (aunque no sin protesta) un mundo mejor para las generaciones futuras.

En este contexto podríamos esperar cambios radicales en las políticas que se implementan en la actualidad, nuevas orientaciones que posibiliten mejorar del medio ambiente y un estilo de vida más saludable. Sin embargo, no es fácil encontrar estas políticas nuevas y las políticas que se implementan no parece que estén a la altura de las circunstancias.

Por otra parte, alejados de las grandes decisiones políticas, en la vida diaria, percibimos que seguimos consumiendo de forma descuidada e innecesaria sin inquietarnos por el daño que estamos haciendo; o, por el contrario, con gran peso en nuestra consciencia consumimos pensando que no poder hacer nada para mejorar las cosas; es como si estuviésemos firmemente atados de pies y manos al consumo desmedido. En apariencia libres, pero en realidad programados para comprar, usar y luego descartar sin tener en cuenta el daño que cometemos a nosotros mismos, a los demás y al planeta.

En este contexto de grandes esperanzas y escazas realizaciones, surgió el 24 de Mayo de 2015 la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco. Recibida con gran entusiasmo. En un primer momento fue leída y comentada por muchos incluso más allá de los límites eclesiales; hoy corre el peligro de quedar en el olvido como tantos otros documentos eclesiales; como si fuese un hermoso discurso admirado dentro y fuera de la Iglesia, pero incapaz de motivar nuevas propuestas.

Frente a este panorama, en verdad la encíclica papal se presenta a sí misma con pretensiones que están lejos de resignarse a ser un simple discurso sin consecuencias en la vida real. Por el contrario, el texto pretende llegar a lo más hondo del ser humano para desde allí generar los cambios que la casa común y nosotros necesitamos. Es por esta razón que en ella se propone no una nueva teología de la creación o una doctrina sobre el cuidado del planeta sino una nueva espiritualidad que desde las profundidades de nuestro ser nos motive a ser agentes de ese cambio.

Pero en qué consiste una espiritualidad. Según Gustavo Gutiérrez en la Iglesia hablar de “una determinada espiritualidad significa siempre una reordenación de los ejes fundamentales de la vida cristiana partiendo de una intuición central”[1]. Esta intuición central surge como consecuencia de un encuentro con Jesús[2]; esta experiencia fundamental para el discípulo se ubica en el comienzo de un itinerario de seguimiento del Señor. En efecto, el discípulo sigue a Jesús en un camino por él desconocido, pero con la confianza puesta en el Señor quien lo ha deslumbrado con su presencia. Ahora bien, hay un segundo momento en el que se reflexiona sobre esta vivencia con el fin de comprenderla más profundidad[3]. La experiencia reflexionada dará lugar a una espiritualidad; la cual podrá ser ahora propuesta para toda la Iglesia[4].Por lo que puedo concluir que para Gutiérrez primero es la experiencia con Jesús, luego la reflexión sobre esa vivencia y finalmente se llegar a una espiritualidad.

¿Es posible aplicar este esquema a la encíclica y así sostener que ella propone una nueva espiritualidad para los cristianos? La primera impresión parece indicar un camino diferente puesto que el documento se presenta como una teoría, una doctrina, por ejemplo, una teología acerca de la casa común que es propuesta para ser aplicada en la vida diaria; es como si fuese una reflexión para ser experimentada y no una experiencia que más adelante será motivo de reflexión.

Por otra parte, en la encíclica el Papa Francisco afirma que el contenido de la misma debe ser incluido dentro del Magisterio Social de la Iglesia[5]. Por lo que surge una segunda cuestión, a saber, si la doctrina social de la Iglesia puede ser ella misma una espiritualidad.

Con estas preguntas me acerco a Laudato Si’ en la esperanza de poder comprenderla, asumirla y aportar a que podamos como sociedad humana y/o comunidad cristiana ponerla en práctica en nuestra vida diaria.

En este trabajo procedo de la siguiente manera. En un primer momento presento en general el contenido de la encíclica para luego fijarme en las actitudes que se muestran en el texto. Sigue un apartado sobre las motivaciones que están en la base de esas actitudes. A continuación, presento una exposición de lo que se entiende por espiritualidad ecológica. Finalmente realizo una crítica del texto y después de este recorrido llego a las conclusiones.

Esquema de la Encíclica

En primer paso en esta exposición es la comprensión del esquema que la encíclica posee; se trata de tener una visión general de su argumentación. Para hacerlo lo compararé con el método ver, juzgar y actuar frecuentemente usado en el ámbito de la teología contextual. Con esta sección pretendo ayudar a ubicarnos en el tema.

El texto presenta el tema en cuestión y los destinatarios del mismo en la introducción. Se trata del cuidado de la casa común y todos estamos invitados a tomar parte en él.  En el primer capítulo, que corresponde a la parte del ver en el método, se da un pantallazo general de la situación en la que se encuentra el planeta; allí se tratan los principales problemas de mundo actual relacionados con la ecología: la contaminación, el calentamiento global, el agua, la biodiversidad, la pérdida de calidad de vida, la injusticia y degradación social, el impacto de las acciones en favor del cuidado del planeta y, finalmente, el problema de las opiniones diversas. Pienso que el equipo que trabajo en la elaboración de este texto estuvo muy bien asesorado dada la excelente síntesis de la situación que presenta.

Luego, en el evangelio de la creación, se muestra cuáles son las motivaciones que los cristianos tienen para intervenir en la cuestión del cuidado de la casa común. Se trata del primer paso en el juzgar. Aquí se presenta lo que entendemos desde la fe en relación al tema; es la parte doctrinal. El texto tiene en cuenta que para algunos este capítulo puede resultar molesto y que no todos estarán dispuestos a escuchar esta parte del mensaje papal, sin embargo, esto no justifica que los creyentes tengan que ocultarlo. En efecto, se trata de, en un clima de diálogo, aportar puntos de vista diferentes sobre la realidad con el fin de buscar soluciones en conjunto[6].

En el capítulo siguiente se profundiza aún más dando un paso más. Se sigue en el juzgar; pero ahora, una vez vista la realidad y expuesta las motivaciones doctrinales, se buscan las causas de la situación en la que se encuentra el planeta y la humanidad.

Un tercer paso en el juzgar se encuentra en el capítulo cuarto. Aquí se propone la ecología integral. En efecto, se trata de considerar de los problemas ecológicos no en forma parcial sino teniendo en cuenta todos los factores; con lo que se propone no sólo tener en cuenta lo que la ciencia nos aporta sino también incorporar la perspectiva humana y social.

En los dos últimos capítulos se ubica en el tercer momento del método, es el actuar. En efecto, las líneas de orientación y acción constituyen una especie de reformulación de muchas cuestiones de doctrina social de la Iglesia a la luz de la situación actual del mundo. Estas líneas necesitan ser apoyadas por la educación y la espiritualidad ecológica.

El esquema de la encíclica puede ser comparado además con las virtudes cardinales como son conocidas en la Iglesia Católica. En efecto, si la prudencia es la virtud que nos permite discernir el verdadero bien de acuerdo a las circunstancias[7]; creo que los cuatro primeros capítulos de la encíclica se los puede considerar como un ejemplo de ejercicio de esta virtud. El contenido de las líneas de orientación y acción constituyen una exposición que se puede parangonar con la virtud de la justicia; ya que esta es aquella virtud que nos compromete a dar a los demás lo que les es debido[8]. Como la fortaleza es la virtud que nos da constancia necesaria en la búsqueda del bien[9]; yo la comparo con la sección que se refiere a la educación (la primera parte del capítulo sexto) pues ella es ese trabajo diario cuyo objetivo es conseguir un cambio. La templanza, virtud que modera nuestras tendencias, la que más penetra en nuestro interior se correspondería en este caso con la última parte, con la espiritualidad ecológica[10].

El horizonte de comprensión de Francisco

La información científica presente en la encíclica es, sin lugar a duda, excelente; en forma sintética asume los principales aportes disponibles en el presente. Sin embargo, el texto no tiene como fin aportar algo nuevo desde el punto de vista científico.  Surge entonces la pregunta sobre la naturaleza de su aporte; es decir, cuál es el atalaya desde el cual puede divisar el horizonte de la situación planteada por el desafío de proteger la casa común.

Creo que la respuesta la encontramos en estas palabras: “A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se desprenden de tradición judío-cristiana…”[11]. Es decir, el texto se ubica desde una mirada de fe, desde su comprensión de Dios y su relación con toda la creación. Ahora bien, la fe no es sólo un Credo compuesto de formulaciones sintéticas para ser recitado o un cuerpo doctrinal que por su contenido abstracto sobrevive al paso del tiempo. Al contrario, el ideal que la Iglesia busca consiste en que la fe de los discípulos de Jesús se encarné en su vida y cubra todos sus aspectos de modo tal que su forma de obrar es un testimonio de Jesús resucitado. La fe, en efecto, se expresa en actitudes de vida. Por esta razón es posible descubrir en la encíclica no sólo las verdades de fe que la motivan sino también las actitudes que se suscitan gracias a ella. Siguiendo esta idea quisiera resaltar en lo que sigue algunas de estas actitudes que son fruto de la experiencia de fe y que descubro en el texto.

El diálogo

Hay una actitud importante que se nota desde un principio en el documento. En efecto, Francisco no se ubica en una cátedra desde la cual se dirigirá con autoridad a sus subalternos, no enseñará algo que otros tendrán que cumplir, su actitud no es magisterial. Sino que invita al diálogo para buscar caminos que nos permitan cuidar la casa común.

Esta invitación está dirigida a todos sin excepción; es tan amplia la convocatoria al diálogo que incluye tanto a quienes gobiernan los pueblos y a los responsables de las relaciones internacionales[12] como a los aborígenes[13] y los habitantes locales en general[14]. Incluso, con un nuevo tinte ecuménico, invita a participar a las distintas religiones[15].

Este diálogo requiere ciertas condiciones éticas para poder llevarse a cabo. Es por esto que con tono profético la encíclica señala algunas limitaciones existentes. Ante todo, se reconoce que los mismos cristianos suelen ser quienes obstruyen los caminos de soluciones con sus actitudes; también los “poderosos” tienen su parte pues a veces rechazan los aportes de organizaciones ambientalistas[16]. Además, se menciona la corrupción como problema que oscurece este diálogo necesario para el cuidado de la casa común[17].

También la Iglesia, como comunidad, se encuentra comprendida entre quienes tienen que cumplir estas condiciones éticas. Una de ellas consiste en no sólo asumir sino incluso dejarse interpelar por los resultados de las investigaciones científicas[18]. Además, se reconocer que ella no tiene que tener una palabra definitiva sobre algunas cuestiones concretas y se le pide que en el diálogo respete las opiniones distintas[19].

Por otra parte, en las líneas orientación y de acción propuestas en el capítulo quinto es notable como todas ellas pasan por el diálogo. En efecto, está claro que, siempre el camino propuesto pasa por allí sea cual fuere el nivel o sector de la sociedad del que se hable. Las decisiones tomadas sin la participación de todos los involucrados no aportan verdaderas soluciones según el texto. Al punto que se puede afirmar que el diálogo es la única vía posible para buscar soluciones que comprometan a la humanidad en el cuidado del planeta.

Los pobres

La preocupación por los pobres es una constante en el ministerio del Papa Francisco y la encíclica es un reflejo de esta actitud. Es notable las numerosas ocasiones en que se llama la atención sobre la necesidad de tenerlos presente. En efecto, en el texto se afirma que ellos no sólo son la mayor parte de la población mundial, sino que también son quienes sufren con mayor intensidad los problemas que generan los desequilibrios ecológicos[20]. Por lo que se denuncia que en el mundo contemporáneo existe una incapacidad para ampliar los intereses de modo tal que permita pensar en posibilidad de incorporar a los excluidos al desarrollo[21]. Es más, en ocasiones es notable como sus problemas son planteados como si se tratase de un apéndice en los debates a nivel internacional[22]. Estas observaciones conducen a que se afirme en el texto que la lógica interna del bien común termina convirtiéndose “…en un llamado a la solidaridad y en una opción por los pobres”[23].

Visión holista

Desde hace algún tiempo los ecologistas plantean como necesario el enfrentar los problemas del cuidado de la naturaleza desde un punto de vista interdisciplinar y contando con la participación de la comunidad. En esta línea se ubica la encíclica reclamando el tratamiento integral del cuidado de la casa común. A esta forma de enfrentar esos problemas yo la llamo una visión holista.

Esta visión es presentada en la encíclica mediante una actitud positiva frente a los aportes de la ciencia sin por ello se la ubique en un pedestal incuestionable; así vemos como se reconoce sus aportes, pero se deja en claro que ellos no pueden explicarlo todo[24], a la vez que se afirma la necesidad de tener en cuenta que el problema es sobre todo humano[25] y, por lo tanto está comprometida la justicia[26].

Por otra parte, en apoyo a esta aproximación holista la encíclica pide la participación de todos los sectores de la sociedad global; desde las instituciones internacionales hasta los que directamente se ven afectados por los problemas ecológicos.

Esta visión holista del cuidado de la creación se ve apoyada por ciertas formas de argumentar en la encíclica. Por ejemplo, la frase: “Todo está conectado” que casi como un slogan aparece en texto[27]. Otro ejemplo lo encontramos en la forma de presentar a San Francisco de Asís recalcando siempre esta visión holista; él fue alguien que vivió en armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo y se menciona en dos oportunidades la “ecología integral” en relación a dos temas distintos: el cuidado de lo que es débil y la apertura a categorías que van más allá del lenguaje de las matemáticas y la biología[28].

Como se puede ver una cosa lleva a la otra. Si consideramos un problema ecológico no basta con los aportes de la ciencia ya que también es un problema humano y por lo tanto social; finalmente tendrá que ser visto desde el punto de vista de la ética y la espiritualidad. Por eso sostengo que la encíclica muestra una actitud holista ante las cuestiones ecológicas.


[1] Gutiérrez: Página 118.

[2] “El encuentro con el Señor es el punto de partida de un vivir según el espíritu”. Gutiérrez: Página 97.

[3] “La comprensión intelectual permite profundizar el nivel de la vivencia de la fe que siempre es previo y fontal”. Gutiérrez: Página 50.

[4] “Una experiencia espiritual se halla siempre al inicio de un itinerario espiritual: dicha vivencia es posteriormente reflexionada y propuesta a toda la comunidad eclesial como un modo de ser discípulo de Cristo”. Gutiérrez: Página 50

[5] Laudato Si’: número 15.

[6] Ibíd: N° 62-64.

[7] Catecismo de la Iglesia Católica: N° 1806.

[8]Ibíd.: N° 1807.

[9]Ibíd.: N° 1808.

[10]Ibíd.: N° 1809.

[11]Ibíd.: N° 15.

[12]Ibíd.: N° 164 y 173.

[13]Ibíd.: N° 143. En este párrafo se considera a los aborígenes como los principales interlocutores cuando se trata de proyectos que afectan a su espacio.

[14]Ibíd.: N° 183.

[15]Ibíd.: N° 201.

[16]Ibíd.: N° 14.

[17]Ibíd.: N° 182.

[18]Ibíd.: N° 15.

[19]Ibíd.: N° 61.

[20]Ibíd.: N° 48 y 49.

[21]Ibíd.: N° 162.

[22]Ibíd.: N° 49.

[23]Ibíd.: N° 158.

[24]Ibíd.: N° 199.

[25] Por esta razón afirma que: “No habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología”. Ibíd.: N° 118. Además de sostener que van unidas la degradación del ambiente con la degradación humana y moral. Cfr.: Ibíd.: N° 56.

[26] “Un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia… para escuchar tanto el clamor de la tierra como el de los pobres”. Ibíd.: N° 49.

[27] Cf: N° 91 y 117.

[28]Ibíd.: N° 10 y 12.