Mujeres, derechos y educación

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Por Florencia Gerez
Licenciada en Comunicación Social UCSE – flopy_g89@hotmail.com

La sociedad en la que estamos insertos se caracteriza por la aparición de grandes y constantes cambios que modificaron y aún lo hacen, diversos aspectos de la vida de las personas. En este contexto, de a poco las mujeres fuimos tomando más participación en la sociedad, fuimos adoptando roles que años atrás eran impensados. Fuimos adquiriendo independencia y libertad de acción y de toma de decisiones, por ello también se han roto las cadenas que a muchas mujeres las sujetaba al flagelo de la violencia sufrida entre los muros del hogar. Se animaron a denunciar estos delitos y a no tolerarlos.

Según datos del Observatorio de Femicidios en la Argentina “Adriana Marisel Zambrano”, entre el 2011 y el 2012 cada 25 horas murió una mujer víctima de violencia de género. Este es un problema social que se basa en la dominación ancestral que el hombre ha ejercido sobre la mujer, y en la desigualdad que caracterizó y aún lo hace, a las relaciones sociales entre hombres y mujeres. Ejemplo de esto es que a las mujeres se nos ha vinculado siempre con el trabajo en el hogar, con el cuidado de los otros/as, desarrollando esta actividades en el espacio privado, doméstico, ajeno a las miradas externas. Mientras que a los hombres se los ha preparado para desarrollar funciones en el espacio público.

Tanto los varones como las mujeres hicimos propios estos roles asignados, y hemos educado y educamos a las futuras generaciones con dichos valores, generalmente de forma inconsciente. Diferentes investigaciones concluyeron en que los padres y las madres se comportan de manera distinta según sus hijos sean varones o mujeres. Desde la infancia se les enseña a los niños y a las niñas cómo deben comportarse en esta sociedad. De los niños se espera que sean fuertes, racionales, activos, constantes, agresivos, etc., mientras que de las niñas se espera que sean débiles, sentimentales, pasivas, caprichosas, suaves.

Ahí reside el principal desencadenante de la violencia contra las mujeres: en las relaciones de poder desiguales que desde la infancia se van aprendiendo, y que desencadenan profundas consecuencias tanto para las víctimas de violencia como para todo su entorno. Afirmo esto porque en muchas ocasiones los hijos e hijas de madres golpeadas deben abandonar la escuela, son discriminados por sus pares, o lo que es peor, quedan huérfanos/as de madre, a cargo de un padre golpeador, o sin ninguno de los dos. Y entonces, en esta condición de desprotección familiar, los niños/as terminan en una situación de mayor vulnerabilidad afectiva, social y económica, y al no contar tampoco con políticas públicas tendientes a brindarles protección, terminan en situación de calle como mendigos o en conflicto con la ley penal. Como reflejan los números del Observatorio de Femicidios en la Argentina, entre el 2011 y el 2012 fueron 703 los hijos que perdieron a sus madres a causa de este flagelo. Situación que directa o indirectamente nos afecta a todos los miembros de esta sociedad.

Ahora bien, ¿qué hacemos al respecto? ¿Cómo se puede contrarrestar este problema? Yo considero que no es algo imposible. Que la mejor herramienta con la que contamos para poder contrarrestar el problema social de la violencia contra las mujeres es la educación, la cual debe cambiar desde la institución primera que es la familia, para que al momento de cumplir con su función fundamental de transmisión de valores, normas y modelos, se puedan borrar esas diferencias tan pronunciadas entre varones y mujeres. Cambiar el paradigma machista que hace creer que las mujeres son propiedad de los hombres.

No es tarea sencilla, para nada. Pero considero que de a poco debemos ir cambiando el pensamiento cultural que está instalado. Depende de cada uno de nosotros como miembros de la sociedad en la cual estamos insertos. Comenzar a entender que las mujeres estamos en igualdad de condiciones que los hombres, que tenemos los mismos derechos. Cada uno desde el lugar que nos toque ocupar, en la familia, en el trabajo, en los ámbitos de amistad. Hay que empezar a cambiar el paradigma con educación. Desde la familia y la escuela, desde las universidades y todos aquellos espacios de capacitación. Y los medios de comunicación también pueden colaborar, ayudar a prevenir, a informar sobre esta problemática. Es cuestión de compromiso, perseverancia y capacitación constante.