Las políticas de la memoria en la Argentina: de la memoria impedida a la búsqueda de un horizonte de justicia

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Por Lucas Cosci
Profesor Asociado de la cátedra de Introducción a la Filosofía y Filosofía Contemporánea de la carrera de Licenciatura en Psicología, Facultad de Ciencias de la Educación Ucse
lucascosci@gmail.com

Pensemos con un verso de Borges, que pertenece al poema Everness, de “El otro, el mismo”: “Solo una cosa no hay. Es el olvido”. El énfasis de un ciego que vive en la compulsión de una memoria minuciosa, nos arrebata. Algo resuena en sus palabras, sin embargo.

El olvido, si no imposible, cuando menos es una obscenidad. Los textos de Borges reflejan una y otra vez la tensión entre memoria y olvido. Entre Funes, el memorioso, y las voraces aguas del Leteo. En el poema Son los ríos de “Los Conjurados”, nos dice: “la memoria no acuña su moneda. / y sin embargo hay algo que se queda / y sin embargo hay algo que se queja”. Aun traicionada por el olvido, aun sin cuño, la memoria no deja de ser “impronta” imborrable y a la vez angustiosa, la memoria suele dejar sabor amargo. “Hay algo que se queja”. Además de imborrable, puede ser traumática.

Esa memoria a la vez imborrable y endeble, angustiosa, desesperante a veces, algunos autores la suponen como una atribución colectiva (Halbwachs, 1968). Cuando se habla de la memoria se usa este concepto a una escala individual, pero también a nivel social. No solo los individuos tienen memoria, también los colectivos. Y si los pueblos tienen memoria, entonces hay en ella un sentido político.