La complejidad de las relaciones humanas (Parte I)

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Por Alicia Asfora
Licenciada en Psicología. Especializada en Terapia de Sistemas. Especializada en Comunicación Humana. Profesora Adjunta a cargo de la Cátedra de Psicoterapia Sistémica. Carrera de Psicología de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UCSE
aliasfora@hotmail.com
Tratar de abordar la comprensión de lo que ocurre cuando los seres humanos nos relacionamos, nos introduce en un mundo complejo que, muchas veces, dificulta llegar a un cabal entendimiento de cómo es que nos comportamos de tal o cual manera cuando estamos con alguien, así como ganan terreno el desconcierto, la incertidumbre y la contradicción de lo que creemos “saber” de nuestras conductas y las del otro, a la hora de descubrir que no podemos predecir resultados a priori de los encuentros, sencillamente porque los humanos no somos predecibles.
Esta característica de lo humano, puede ser abordada desde dos caminos explicativos que, acaso, puedan ayudarnos a desarrollar nuestra capacidad de comprensión respecto a qué es lo que hace de las relaciones interpersonales, relaciones complejas: por un lado, desde el concepto de qué son los “sistemas complejos” y, por el otro, desde la “complejidad” misma que caracteriza a toda organización viviente.

Sistemas complejos

Si partimos de la idea de que cada persona es un sistema que vive en un mundo de sistemas, podemos ver que como sistemas vivientes, compartimos las características que les son comunes a todos los sistemas, y, a la vez, que pertenecemos a algún sistema familiar que, a su vez, forma parte de una comunidad local, la cual, unida a otras comunidades locales, forma parte de provincias, regiones, naciones… que, como partes relacionadas entre sí, se unen para conformar un gran sistema llamado humanidad. Ya que todo sistema se fundamenta en la interacción de las partes que lo forman, en consecuencia, las relaciones entre las partes y su influencia son más importantes que la cantidad de partes o el tamaño de las mismas.
Cuando decimos de alguien que “es” complicado o, de la relación con alguien que “es” complicada, ¿qué estamos queriendo decir?
Creo que nos referimos a la cantidad de factores que confluyen en cada quien y, luego, en la relación, que hace que muchas veces se tornen incomprensibles los resultados a los que arribamos, sobre todo cuando lo que habíamos planeado respecto a ese encuentro es todo lo contrario a lo que resultó. Y esto porque, justamente, para los sistemas complejos está definido que sus partes pueden cambiar a diferentes estados al interactuar unos con otros.
Es decir, que no sólo somos distintos a cada instante -por las variaciones que puede sufrir nuestro estado de ánimo, por ejemplo-, sino que cada relación es distinta en cada encuentro con alguien, por las miles de formas diferentes de combinar nuestras relaciones.
Los sistemas complejos se definen por su complejidad dinámica, que es aquella por la cual los elementos se relacionan unos con otros de muchas formas diferentes. Resulta erróneo basar la complejidad en el número de partes en lugar de basarla en las posibles formas de combinarlas. No es, entonces, necesariamente cierto, que cuanto menor sea el número de partes, más fácil será manejarlas y comprenderlas.
A veces, en una conversación entre amigos, o entre esposos, la posibilidad de llegar a un acuerdo se torna muy difícil porque, por ejemplo, la complejidad dinámica está en el sistema de creencias con el que se ve el mundo y se defienden las propias ideas (sin contar la cantidad de circunstancias que pueden estar influyendo en ese momento de esa conversación).
Otro factor a tener en cuenta, es que las nuevas conexiones entre las partes de un sistema, añaden complejidad. Así, en una persona, un nuevo aprendizaje, o la incorporación de una idea nueva al sistema de creencias, crea muchas conexiones nuevas; y ese número de conexiones posibles no se incrementa de forma proporcional, sino que se incrementa exponencialmente. Lo mismo ocurre en las interacciones entre personas: no es la misma cantidad de conexiones cuando se encuentran dos personas, que cuando se suma al encuentro una tercera persona, ya que, si bien en cuanto al número de “partes” del sistema éstas son tres, en cuanto al número de “interrelaciones”, las conexiones posibles se incrementan exponencialmente.
Por otro lado, cuanto mayor es el número de vínculos de un sistema complejo, mayor suele ser su estabilidad. Esto puede ser visto tanto para los sistemas de creencias de cada persona como para relaciones consideradas “estables”, en tanto el tiempo de sostenimiento de las mismas con realimentaciones de refuerzo.(1)
De esta manera, es muy difícil introducir modificaciones en los sistemas complejos, porque sus partes mostrarán resistencia al cambio, en tanto ellas también tendrán que cambiar. Esta característica permite comprender la estabilidad en las relaciones amistosas, en las relaciones familiares o en los equipos de trabajo, a pesar de las discrepancias; tales sistemas siguen funcionando porque, de alguna manera, se toleran las discusiones y los desacuerdos para mantener, justamente, el sistema sin desmembrarse.
La posibilidad de pensar las relaciones interpersonales -y a nosotros mismos- como sistemas complejos, a mi entender, facilita, por un lado, el que tengamos en cuenta cómo funciona la totalidad (la relación particular que hace que se diga que somos amigos, compañeros de trabajo, esposos, padres, hijos, etc.) a partir de cómo nos relacionamos, siendo partes de los mismos, con las otras partes y con la misma totalidad; y, por otro lado, el que podamos modificar la calidad de las relaciones que establecemos, a partir de identificar las “conexiones” que, probablemente, sean las que traban la relación, y de emprender las acciones apropiadas tendientes a promover, en lo posible, un mayor grado de entendimiento con quienes nos relacionamos.

Bibliografía consultada

1.- Ludwig von Bertalanffy, “Teoría General de los Sistemas”. Fondo de Cultura Económica, México, 1984
2.- Joseph O’Connor y Ian McDermott, “Introducción al Pensamiento Sistémico”. Ediciones Urano, S. A., Barcelona, España, 1998
3.- Paul Watzlawick, Janet H. Beavin y Don D. Jackson, “Teoría de la Comunicación Humana”. Editorial Herder, Barcelona, España, 1983
(1) La realimentación es la reacción de un sistema -que actúa después como estímulo para el mismo sistema-, o información devuelta que influye en un paso ulterior. Todos experimentamos la realimentación como la consecuencia de nuestros actos, que vuelven a nosotros e influyen en lo que hacemos a continuación.
La realimentación de refuerzo se da cuando el cambio recorre todo el sistema produciendo más cambios en la misma dirección. Una discusión, por ejemplo, puede llegar a franca pelea a consecuencia de bucles de realimentación de refuerzo. Así también, la confianza mutua, puede funcionar como un bucle de realimentación de refuerzo y generar más confianza.