La democracia y lo público. Aportes para un debate

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Por Alejandro Auat

Doctor en Filosofía. Docente e investigador Ucse-Unse – buhoster@gmail.com

I

Mi intención es presentar algunas proposiciones y conceptos acerca de la democracia y lo público, desde el punto de vista de una filosofía política situada, que puedan aportar a la configuración de un marco para el planteo y debate acerca de la educación para lo público y la democracia.

Lo democrático y lo público son “conceptos esencialmente contestables” o polémicos. Esto es, no podemos entenderlos al margen de una orientación de valor puesta en juego en contextos históricos en los que se enfrentan a otras orientaciones de valor. Esto significa que estas nociones, como muchas de las ciencias sociales y de la política en general, deben ser comprendidas en el marco de polémicas y enfrentamientos hermenéuticos con nociones antagónicas o con significados diferentes de la misma noción, expresando así tomas de posición en una situación determinada en la que se ponen en juego opciones alternativas de la vida en común, intereses o bienes, no siempre explícitos en la confrontación.

Así, “democracia” pudo significar en los 70 un modelo político burgués confrontado con el modelo de acción revolucionaria, en el 83 un modelo de vida contrapuesto a los horrores de la dictadura, y a partir del 2003 una lucha por la igualdad y la inclusión mediante el enfrentamiento con los poderes salvajes de las corporaciones.

Este carácter abierto y discutible de los conceptos no es un defecto o limitación del conocimiento propio de las ciencias sociales, sino la cualidad misma de la realidad que esas nociones pretenden significar. La democracia y lo público no son datos naturales, sino invenciones humanas, históricas, contingentes y frágiles. Fragilidad que no se puede evitar apelando a saberes técnicos o a principios morales sin mediaciones. La política es el ámbito de la acción humana contingente, relacional, impredecible en sus resultados, y el discurso que la acompaña para darle sentido, tiene las mismas cualidades. El lenguaje de la verdad en este plano no es el de la verdad como posesión, sino el de la verdad como búsqueda de sentido. Una búsqueda compartida de sentidos también compartidos.

De allí entonces que se pueda educar para la democracia y para lo público. Pues no se trata de algo dado. Vivir en una comunidad en la que las decisiones acerca de lo común se adoptan teniendo como base la libertad y la igualdad de todos sus miembros, y en la que la razón pública es la que legitima la orientación de esas decisiones, ni es obvio ni es tarea fácil. Es una conquista, permanentemente amenazada por la anti política -que pretende disolver la contingencia de lo político en recetas técnicas o moralistas- y por el “realismo mafioso” -que pretende reducir lo político a la astucia o a la fuerza.

II

¿Cuáles son los principales sentidos de ‘lo público’?

Lo público se dice de muchas maneras, pero algunos han señalado tres sentidos básicos, que tienen que ver con los contextos históricos en los que se usó el concepto:

1) Público significa lo común y lo social, en contraposición a lo individual y lo particular. Así es como se lo usa en expresiones como “Interés público” o “bien público”. Aquí “público” alude a lo que es de interés o utilidad común a todos los miembros de la comunidad política, a lo que atañe al colectivo, y a la autoridad que de allí emana. En esta acepción “público” se vuelve progresivamente sinónimo de “político”.

2) Público es lo no secreto, lo manifiesto y ostensible, en contraposición a lo oculto. Lo privado es lo que se sustrae a la mirada de la comunidad. El moderno principio de publicidad recogerá esta segunda acepción.

3) Público es lo abierto, en contraposición a lo cerrado. Se enfatiza la accesibilidad en contraposición a la clausura. Hay una alusión a la inclusión también aquí.

Respecto del primer sentido: Durante mucho tiempo, el lugar de lo común y lo general se identificó con la comunidad política o Estado. Pero la imagen del Estado como sujeto o actor institucional privilegiado en los procesos de desarrollo económico, promoción social y garantía jurídica, en algún momento entró en crisis. Se produjo entonces un desplazamiento hacia la llamada “sociedad civil”, como lugar de lo común y lo general frente al Estado autoritario. Surge así la consigna de la sociedad civil, oscuramente identificada con el anti Estado, cuando no con el mercado, con redes difusas de solidaridad o con la defensa de lo estrictamente privado.

Otro desplazamiento de la noción de lo público se da cuando lo común y lo general se transformaron en un problema por resolver a partir del reconocimiento del pluralismo y la diferencia. El conflicto con los derechos individuales y la existencia de una pluralidad de formas de vida hacen que lo común-comunitario y lo público-general aparezcan como algo que hay que construir, no como algo dado, sustrato fundante y normativo que permanece inalterable por fuera de la historia, como parecen entenderlo algunos esencialismos tradicionalistas. La reivindicación de la privacidad, la pluralidad y el asociacionismo es un rasgo común a todas las teorías de la sociedad civil, rasgos que se articularon en contextos de lucha anti autoritaria. Pero también en otros contextos.

Así, la consolidación del discurso sobre la sociedad civil coincidió entre nosotros con la revalorización del ámbito de lo privado, fuertemente impulsada por las políticas neoliberales de los ’90, al tiempo que se vilipendiaba lo público y se identificaba lo político con la gestión técnico-adminstrativa. Otros tres rasgos, la legalidad, la mediación y la publicidad, aparecen como problemas cuando a las euforias iniciales las suceden problemas serios de gobernabilidad, de institucionalización y de creación de un orden colectivo. La crisis así inducida del Estado como institución visible de lo común, de lo público, de lo político, tuvo un principio de resistencia en el fuego santiagueño de 1993 y acabó de estallar en Buenos Aires en 2001-2002.

Es a partir del gobierno de Néstor Kirchner cuando comienzan a darse nuevos y paulatinos desplazamientos en estas nociones. En primer lugar, la recuperación de la política como acción contingente fruto del debate y la decisión libres, que necesita de un espacio público para su ejercicio. En segundo lugar, la recuperación del punto de vista del interés general o “público” en la confrontación con los intereses particulares de sectores sociales o corporaciones acostumbrados a actuar como poderes fácticos o salvajes, por encima de la ley y de las orientaciones políticas mayoritarias.

La presencia de la temática del espacio público responde en parte a estos desplazamientos y a esta búsqueda de un lugar común para el tratamiento de las cuestiones generales. El espacio, definido en términos espacio-materiales o como espacio creado por un fluir comunicativo o argumentativo, parece hacer referencia a la recuperación de esa dimensión colectiva, común y general de lo público. Pero lo público alude en este primer sentido no sólo al espacio sino también al criterio de legitimación para la intervención en ese espacio, esto es, el punto de vista de lo común y de lo general.

Respecto del segundo sentido: Desde un punto de vista histórico-político, la exigencia de publicidad estuvo ligada tanto al proceso de secularización y desacralización del poder como a la exigencia de aplicar restricciones normativas a su ejercicio. No obstante, la referencia a la publicidad en el sentido de lo visible y sabido por todos, presenta varias situaciones que es necesario diferenciar. Por un lado, cierto manejo confidencial de ciertas informaciones, basado en consideraciones de seguridad o de efectividad, o situaciones de emergencia que se perfilan como no argumentables, o situaciones que empíricamente encierran cierto grado de sustracción a la publicidad: negociaciones privadas con resultados públicamente vinculantes. Por ejemplo: no son iguales a aquellas otras en las que se apela a una “razón de Estado” como principio de insondabilidad del poder o aludiendo a que lo público es asunto del Estado y de los estadistas, y que sólo ellos son políticamente competentes, o el principio del pequeño número, según el cual la rapidez de decisiones, la homogeneidad de criterios, la facilidad del acuerdo, justificarían de por sí una sustracción a la publicidad.

En este punto cabe destacar también el salto cualitativo que se dio a partir de 2003 en la revalorización del debate de ideas, de proyectos, de fines y no sólo de medios, tanto en ámbitos institucionales como informales, pese a la enorme campaña mediática opositora que instaló la idea de un supuesto decisionismo verticalista, a partir de la distorsión metonímica que confunde la forma enfática del discurso con un supuesto contenido autoritario del mismo. También se destaca del debate público actual la superación del supuesto lugar de neutralidad del Estado y de las instituciones públicas, incluyendo los medios y el periodismo. Forma parte de la publicidad impulsada por el proyecto moderno la explicitación de las condiciones de producción y emergencia de los discursos, como algo que hace a la criticidad y a las posibilidades de comunicación y universalización. En este sentido, se ha dicho que “modernizar es enseñar a pensar públicamente, es decir: con criterios de universalidad, de criticidad, de comunicación”, pero recuperando las prácticas sociales y las diferencias reales de la situación social, acompañando creativa y audazmente las experiencias colectivas de emancipación y de poder compartido.

Respecto del tercer sentido: Lo que entra en juego aquí es quiénes y cómo forman parte del espacio público-político, y quiénes y cómo son excluidos. La discusión de este tercer sentido nos lleva a reflexionar en torno al carácter abierto de la política y a los elementos de clausura, tal vez inevitablemente presentes en su ejercicio. Y no se puede dejar de asociar este sentido de lo público con las inéditas políticas de inclusión llevadas adelante en los últimos años. Se trata pues de una condición material de la democracia, en el sentido de hacer posible la efectiva participación y presencia en el espacio público de todos a los que atañe lo común. Descubriendo en cada momento histórico, quiénes quedan excluidos y quiénes pretenden monopolizar las decisiones.

III

Estamos conmemorando 30 años de institucionalidad democrática ininterrumpida. Pero no fueron 30 años de democracia sin más. Pues no hay democracia en sentido pleno sin recuperación de lo público. Y ello ha ocurrido entre nosotros, con avances y retrocesos, sólo en algunos momentos de estos 30 años, y aguarda aún una educación política que promocione y fortalezca su emergencia sostenida frente a los avances de lo privado, lo oscuro y lo cerrado.

La condición de posibilidad de la democracia reside en la capacidad que tengamos de construir lo público como espacio común en el que reconocemos como propio el poder político popular frente a los poderes fácticos, y como razón pública que explicita los sentidos e intereses generales que están en juego en cada caso frente a los intereses particulares, así como el lugar social y axiológico desde donde se habla, como parte de un pensamiento no sólo crítico sino también creativo y audaz porque se asienta en las experiencias de construcción colectiva de políticas emancipadoras y de poder compartido.