Evidentemente nos referimos a distintos usos del término razón o racionalidad en política. Mi preocupación ha estado más bien orientada a dilucidar las mediaciones discursivas y los criterios de juicio que orientan o justifican las acciones políticas. Mi perspectiva es, por tanto, la de los actores políticos, y no la de los sistemas, estructuras o aparatos con sus lógicas propias. Desde la perspectiva filosófica he prestado más atención a la legitimidad que a las legitimaciones, aunque he intentado pensar un concepto situado de legitimidad que aúne lo prescriptivo con lo descriptivo. Por tanto, la mediación de las ciencias sociales para pensar filosóficamente la política, siempre estuvo presente, aún con limitaciones.
El desafío de los últimos tiempos me ha parecido que pasa por pensar la acción política en relación con la construcción de una democracia con características propias, en provincias como las nuestras, en el norte, y en procesos históricos como los vividos en los últimos 20 años,de auge del neoliberalismo, crisis y recuperación de la política, crisis y recuperación del papel del Estado y de lo público. Una crisis acentuada por la década neoliberal, pero que se inicia mucho antes, en una etapa que está necesitada aún de más estudios y reflexiones sistemáticas dentro del proceso abierto por la recuperación de la memoria en el marco de la verdad y la justicia institucionalmente debatidas y establecidas, sin exclusión de otros marcos. Una recuperación de la política y de lo público, anunciada y posibilitada por rebeliones populares (Santiago 1993, Buenos Aires 2001), pero encauzada por la irrupción inesperada de liderazgos consecuentes con ese reclamo emergente.
La acción política emancipadora se desarrolla hoy en otros escenarios, aún insuficientemente pensados. La filosofía política tiene que hacer lugar a sus dimensiones creativa y normativa, además de la, al parecer más incuestionable dimensión crítica. Nos encontramos ante otro Estado nacional, con políticas públicas con sentido integrador, inclusivo, emancipador. Pero nos encontramos también con la debilidad de sostener esas políticas, importantes pero aún insuficientes, en un andamiaje electoral oportunista y no convencido de lo que efectivamente hace posible. El pensamiento y la acción política deben ajustar permanentemente la pupila a las variaciones de escala para discernir lo que está en juego: si en los planos más generales prima una orientación emancipadora, es difícil ver ese sentido en los planos más particulares. Las batallas contra los poderes fácticos de alcance nacional parecen relegar las definiciones ante esos mismos poderes fácticos a nivel provincial, cuando no se los tiene incluso como aliados o socios en la acumulación que se necesita para librar aquéllas.
Que la política no es un campo puro de definiciones es algo que cualquier militante sabe. Pero lo que no se sabe de antemano es cuál es el límite de la impureza. Me interesa la racionalidad política puesta en juego en estas encrucijadas: la racionalidad práctica (phrónesis o juicio) desde la perspectiva del actor (que no excluye momentos de la perspectiva del espectador). Para ello he ido explorando categorías y enfoques que he expuesto al debate con colegas y compañeros: los principios normativos de la racionalidad política (material, formal y de factibilidad), las mediaciones discursivas, hermenéuticas e institucionales, la experiencia como criterio para juicios en situación, los espacios estructurales en los que se desarrolla la acción política, los registros discursivos (narrativo, interpretativo, argumentativo y reconstructivo), y los contextos normativos y de reconocimiento (ético, moral, legal y político) para la determinación de identidades y decisiones.
Quisiera dar ahora un paso más en esta exploración, poniendo foco en la incidencia de las dimensiones espacial y temporal respecto de nuestra racionalidad política. Una forma de abordar esas dimensiones es apropiarnos del concepto de variaciones de escala por un lado, y de la dialéctica entre memoria y promesa, por otro, tal como son estudiados por Paul Ricoeur, entre otros. Por ahora me referiré sucintamente al primero.
Variaciones de escala
El tema de las escalas en la visión de la realidad ha sido planteado, entre otros, por tres autores que he visitado recientemente: Boaventura de Sousa Santos, Nancy Fraser y Paul Ricoeur.
Santos postula la necesidad de una sociología de las ausencias que ponga de manifiesto que lo que no existe es activamente producido como no existente, es decir, como una alternativa no creíble a lo que existe. “Hay producción de no existencia –dice Santos- siempre que una entidad dada es descalificada y tornada invisible, ininteligible o descartable de modo irreversible”[1]. Entre las lógicas o modos de producción de no existencia menciona a la “lógica de la escala dominante”, que ha privilegiado por ejemplo, la escala del Estado-nación para pensar la política y el derecho. Frente a ella, postula la necesidad de una ecología de las trans-escalas que exige un ejercicio de la imaginación cartográfica, “sea para ver en cada escala de representación no solo lo que ella muestra sino también lo que oculta, sea para lidiar con mapas cognitivos que operan simultáneamente con diferentes escalas, en particular para detectar las articulaciones locales/globales” (p. 81).
En un libro anterior, Santos había comparado al derecho con los mapas, en el sentido de ser “distorsiones reguladas de la realidad… que crean ilusiones creíbles de correspondencia”[2]. Para comprender los mapas hay que tener en cuenta los tres mecanismos principales de distorsión: la escala, la proyección y la simbolización, que operan en una permanente tensión entre representación y orientación. Una detallada representación puede impedir la orientación, la que puede ser más clara cuando la representación es menos rigurosa, pero una mayor representación puede dar una mejor idea de las dimensiones de los elementos del mapa. La escala es la relación entre la distancia en el mapa y la distancia en el terreno y, por ello, implica una decisión sobre el grado de pormenorización de la representación. De allí que las diferencias de escalas sean cualitativas más que cuantitativas, pues la escala crea el fenómeno: los objetos no son independientes de las escalas elegidas para medirlos.
Y esta elección es una decisión política. De igual modo, la proyección en una superficie plana o en una curva, o el punto que actuará como centro para definir el arriba y el abajo, la derecha y la izquierda, implica una decisión sobre el tipo de distorsión a privilegiar, así como el tipo de simbolización privilegiará más lo icónicosensible o lo convencional-racional en la lectura o visualización del mapa.
Por su parte, Nancy Fraser también usa la imagen de la escala cartográfica para referirse a la problemática del “enmarque” (framing) de la justicia en un contexto global post-westfaliano[3] . El espacio político moderno a partir de Westfalia se diseñó concibiendo a las comunidades políticas como delimitadas territorialmente en Estados, con un ámbito “interno” ordenado civilmente a partir del contrato social, sometido a la ley y a las obligaciones de justicia, y un ámbito “externo” comparado con el estado de naturaleza, “un campo en discusión de regateo estratégico y de raison d’état, vacío de todo deber vinculante de justicia” (p.20). Hoy se ha vuelto cuestionable esta división neta entre espacio doméstico e internacional, y dudoso el punto de vista de la territorialidad como base única para asignar obligaciones de justicia. El carácter transterritorial de muchos problemas da pie a pensar en términos de “comunidades de riesgo” funcionalmente definidas, que amplían los límites de la justicia para incluir en ellos a todos los que estén potencialmente afectados. Ahora que el trazado del mapa del espacio político se ha convertido en objeto de confrontación, se pregunta Fraser ¿cómo debemos decidir sobre quiénes son aquellos cuyos intereses deben ser tenidos en cuenta? ¿Cuál es la cartografía justa del espacio político? Cuestionar las escalas de justicia en el sentido de poner en discusión el enmarque justo de los problemas implica poner en cuestión quién cuenta como sujeto de justicia.
Finalmente, Paul Ricoeur amplía el marco referencial de la noción de escala al señalar que ésta puede ser tomada no sólo de la cartografía, sino también de la arquitectura y de la óptica[4]. En la cartografía existe un referente exterior, el territorio que el mapa representa, y las distancias medidas por los mapas de escalas diferentes son conmensurables según relaciones homotéticas, lo que autoriza a hablar de reducción de un terreno mediante su configuración a una escala dada. Sin embargo, se observa, de una escala a otra, un cambio en el nivel de información en función del nivel de organización. Ej: la red de carreteras: a gran escala se ven grandes ejes de circulación; a escala menor, la distribución del hábitat. Entonces: proporcionalidad de las dimensiones y heterogeneidad en la información.
Con la idea de escala en arquitectura y urbanística se plantean también relaciones de proporción, pero el referente es aquí un edificio, una ciudad, que hay que construir, que tiene relaciones variables con contextos escalonados entre la naturaleza, el paisaje, la red de comunicación, las partes ya construidas de la ciudad, etc.
La metáfora óptica, por su parte, pone de manifiesto los procedimientos de enfoque en la acomodación de la pupila, que funciona alternativamente como lupa, como microscopio o como telescopio. Ricoeur destaca que no son percibidas las conductas vinculadas a la acomodación de la mirada, ya que el espectáculo visualizado hace olvidar los procedimientos de enfoque que realiza el aparato óptico a cambio de manipulaciones aprendidas e incorporadas.
En su estudio sobre la historiografía Ricoeur apunta a mostrar que la idea de juegos de escala puede constituir un camino privilegiado para esclarecer la dialéctica oculta de la idea de representación emparejada con la de práctica social. Esto es, la variación de escalas puede mostrar diferentes formas de vínculos sociales y de identidades, según sean las prácticas sociales y las representaciones asociadas a ellas. El ejercicio de variación de escalas puede tomar tres líneas divergentes:
(1) Variaciones que afectan a los grados de eficacia y de coerción de las normas sociales: en la medida en que la presunción de sumisión de los agentes sociales parece solidaria de la elección macrohistórica de escala, la elección microhistórica comporta una expectativa inversa, la de estrategias aleatorias, en las que se valorizan conflictos y negociaciones, bajo el signo de la incertidumbre. Al mismo tiempo, fluctúan todos los sistemas binarios que oponen cultura erudita a cultura popular, y todas las parejas asociadas: fuerza/debilidad, autoridad/resistencia. A lo cual se oponen: circulación, negociación, apropiación. Es toda la complejidad del juego social la que se deja aprehender cuando se varía la escala.
(2) Variaciones que modulan los grados de legitimación que tienen lugar en los múltiples esferas de pertenencia entre las que se distribuye el vínculo social: los agentes sociales apoyan sus aspiraciones de estima y sus justificaciones en situaciones de conflicto, mediante el recurso a diferentes patrones o criterios legitimadores según sea la “ciudad” (Boltanski) o la “esfera” (Walzer) considerada, uniendo la idea jerárquica de “grandeza” (variante de la de escala) con la idea horizontal de pluralización del vínculo social.
(3) Los aspectos no cuantitativos de la escala de los tiempos sociales, en los que se destaca la disponibilidad de competencias de los agentes sociales: a las magnitudes extensivas como velocidad o aceleración de los cambios, hay que añadir valores de intensividad como ritmo, acumulatividad, recurrencia, persistencia e incluso olvido, en la medida en que la reservación de las capacidades reales de los agentes añade una dimensión de carácter latente a la de actualidad temporal.
La idea fuerza vinculada a la de variación de escalas, en cualquiera de las metáforas mencionadas, es que no son los mismos objetos ni relaciones los que resultan visibles cuando se cambia de escala, sino conexiones que pasan inadvertidas según nos ubiquemos en lo micro o lo macrohistórico, en lo próximo o lo lejano, y en la proporción o la inconmensurabilidad entre los elementos. El balance entre ventajas y pérdidas de información se aplica a operaciones de modelización que ponen en juego formas diferentes del imaginario heurístico.
Me pregunto ¿cómo incide en la razón política la ubicación en una u otra escala de análisis y la variación entre ellas? ¿Qué es lo que no vemos cuando emitimos un juicio político situado o tomamos una decisión? ¿Según qué escalas evaluamos, justificamos o legitimamos las decisiones y acciones realizadas? ¿Cuáles son los procedimientos de enfoque que tenemos incorporados?
De las muchas interpretaciones que abren estas metáforas de la noción de escala, destaco solamente algunas según mi interés actual. Fraser pone su foco en la constitución de sujetos políticos según sea el enmarque que reciba la demanda de justicia. Santos explicita el carácter invisibilizador de la escala dominante y la necesidad de impulsar una ecología de trans-escalas que haga presente lo ausente.
Y Ricoeur también nos advierte acerca del ocultamiento de las operaciones de enfoque de nuestro propio aparato óptico, y abre caminos para la consideración de la acción estratégica y su eficacia, las variantes de legitimación según diferentes mundos o esferas de organización de las representaciones (lo cual podemos asociar con los contextos normativos y de reconocimiento de los que habla Rainer Forst), y finalmente, la disponibilidad de competencias de los agentes (que Nussbaum y Sen asocian a los derechos),
Creo que hay aquí elementos para la crítica y para las dimensiones creativa y normativa de la filosofía política. En el ejercicio situado de la racionalidad política no podemos excluir la consideración de las escalas y sus variaciones si queremos comprender mejor lo que está en juego en cada caso y nuestra posición ante ello.
Salta, 20 de octubre de 2011.
Notas:
[1] SANTOS Boaventura de Sousa, Conocer desde el Sur. Para una cultura política emancipatoria, PEDTGFondo editorial Fac. Cs. Sociales UNMSM, Lima, 2006. Pp. 75ss.
[2] SANTOS Boaventura de Sousa, Crítica de la razón indolente. Contra el desperdicio de la experiencia. Vol. I. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2000. Pp. 224ss.
[3] FRASER Nancy, Escalas de Justicia, Herder, Barcelona, 2008.
[4] RICOEUR Paul, La memoria, la historia, el olvido, FCE, Buenos Aires, 2000
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