Algunas reflexiones sobre la práctica docente

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Por Graciela Mühn
Docente UCSE / Ex Decana de la Facultad de Ciencias de la Educación – graciela.muhn@hotmail.com

La construcción de la práctica docente implica un proceso en el cual la teoría se confronta con la realidad de modo permanente. El recorrido curricular que avala una titulación pedagógica no es condición suficiente para suponer que se tiene un saber construido sobre esta problemática.
Son tantas las situaciones de contexto que se ponen en juego al momento de estar frente a los alumnos que el “cómo actuar” para lograr resultados deseables se convierte en un desafío permanente.
Además debe tenerse en cuenta que los diferentes modelos teóricos que se consultan y estudian en los distintos tiempos históricos van condicionando la elección de métodos y técnicas acordes a sus postulados.
Así, en educación hemos recorrido caminos que pasaron desde las técnicas de reforzamiento propias del conductismo a la estrategia del “conflicto cognitivo” propio del constructivismo piagetiano.
En medio de estos dos extremos se sucedieron miles de propuestas de acción que se representaron en planificaciones que desde el escritorio iban de algún modo indicando caminos y censurando algunos permisos de flexibilidad que son, a mi modo, imprescindibles para que el aprendizaje se logre con placer y efectividad.
Creo que es hora de revisar algunos quehaceres que orientan y guían la tarea del docente para que la reflexión sobre la práctica devenga en supuestos que favorezcan el constructo de hipótesis válidas e interesantes.

Ser docente… no diciente

Uno de los mayores conflictos para el educador es la forma de posicionarse frente a su grupo de alumnos. Históricamente el docente se coloca al frente del aula o la clase como indicando que ese lugar de privilegio está otorgado porque él es el portador absoluto del saber.
Desde esta mirada, que también está cargada de la placentera sensación del poder, el docente se convierte en un dicente. Es decir, en aquella persona que les debe trasmitir a sus alumnos todo aquello que aprendió durante sus años de estudio.
El discurso sin discusiones, la verdad sobre lo que se dice, no se pone en juego sean cual fueran las circunstancias o las dudas que la temática provoca. Esta imagen de docente se mantuvo durante muchos años sin que nadie osara hipotetizar sobre otras posibilidades de desempeñar el rol.
Con los avances de las ciencias sociales que repercutieron en forma directa en las ciencias de la Educación, fueron surgiendo nuevas teorías que, a criterio de muchos pensadores, sólo se gestaron al interior de las instituciones educativas, pero que en realidad no están ajenas a los acontecimientos que se suceden fuera de las paredes o las realidades de dichos establecimientos.
Así como los ciudadanos fueron cambiando sus maneras de actuar y de ser concebidos por el entorno, las realidades en las aulas se modificaron otorgando a los alumnos un lugar hasta ahora impensado.
El papel mediador del docente no fue puesto en duda prácticamente por ningún profesional de las ciencias de la Educación, pero el cómo implementarlo fue motivo de nuevas e interesantes teorías que motivaron los cuestionamientos de los apasionados en dichas ciencias.

Laberinto a construir

Quizás el tema requiera de un artículo más extenso y con exhaustivas consideraciones científicas, sobre todo en momentos sociales de indeseadas e inesperadas situaciones de riesgo en los ámbitos formales de la educación.
No obstante, el solo hecho de instalarlo y traerlo de algún modo al pensamiento de aquellos que se dedican a “enseñar”, es importante para ir construyendo opinión y también criterios, que basados en la experiencia nos ayuden a crear nuevos espacios y modos de vincularnos en el encuentro de saberes.
En un momento de desarrollo pedagógico se afirmaba “cada maestrito con su librito”. En realidad, hoy sabemos que no basta con la creatividad y/o el ingenio personal para construir el rol docente, pero no está demás tener en cuenta esta afirmación para ponerle a nuestra acción ese sello personal que hace sabroso y diferente el encuentro entre el “deseo de enseñar” y el “deseo de aprender”.
La práctica docente se desarrolla como un laberinto que motiva, que inquieta, que desconcierta, que atrapa, que confunde, que alegra…….es un desafío permanente para encontrar el mejor camino, aquél que se mete en los laberintos del vínculo y logra desenmarañar las encrucijadas para llegar a la meta deseada.
Todos y cada uno de nuestros intentos por pensar en esta práctica son válidos en la búsqueda de construcciones deseables para el futuro.