Por Omar Layús |
Docente de Comunicación Social UCSE – omarlayus@hotmail.com |
Hace un par de semanas, la cuatro veces centenaria ciudad de Santiago del Estero vivió por primera vez la experiencia zombiewalk, conocida también como “caminata zombi” o “marcha zombi”, una reunión de jóvenes que se juntan en una plaza pública del centro, disfrazados de zombis, y que marchan durante un rato jugando a ser precisamente eso: muertos que caminan, en busca de alimento, manchándose con sangre artificial, correteando a los curiosos que se acercan a burlarse, jugando.Una de las vertientes de la mitología zombi proviene de Haití, lugar donde los muertos eran revividos por medio de la magia vudú para ser explotados como mano de obra en las cosechas de caña de azúcar. Esta afirmación tiene diferentes transcripciones, pero generalmente la procedencia confluye en el uso de un hechizo que retorna a los muertos a la vida.Pero fue George Romero el que construyó a través del cine el imaginario zombi, con “La noche de los muertos vivientes” (Night of the living dead, 1968) película fundamental en el imaginario de los mundo de los caminantes, que sirvió para que estos muertos se hicieran de un género propio en el marco del séptimo arte. Blancos, con sus ropas destruidas, de lento peregrinar, deseosos de morder cualquier vivo y, sobre todo, en manada. Más adelante, las tramas postularían otras procedencias del ser zombi: Enfermedades contagiadas, como el caso de The Crazies (1973) del propio Romero, o epidemias cuasi-apocalípticas como el comic The Walking Dead escrito por Robert Kirkman e ilustrado por Tony Moore, publicado a partir de 2003, y llevado a la televisión por Frank Darabont en 2010, de gran éxito comercial y de audiencia, que ya va por la tercera temporada. También John Landis y su videoclip de “Thriller” para canonizar tempranamente a Michael Jackson y el cine hablando del cine, etcétera. Puede decirse que los zombis gozan (siguen gozando) de muy buena salud en el campo de la cultura de masas. Toda una estética elaborada con el paso de los años los contiene y edifica. Alcanza con citar, por ejemplo, el trabajo del Centro de Estudios Contemporáneos CEC de la Ciudad de Buenos Aires y la publicación de “Vienen bajando” la primera antología argentina del cuento zombi. Nueve relatos en los que los muertos que caminan son aludidos.Si bien la primera experiencia zombiewalk registrada como tal data del año 2001, en la ciudad de Sacramento, California, en los Estados Unidos; ciudades argentinas como Córdoba, Rosario o Buenos Aires han convocado multitudes, y en algunos casos llevado consignas como donación de alimentos y sangre. Un artículo publicado por la revista cultural Ñ de octubre de este año, señala que alrededor de 25.000 personas asistieron a la sexta edición de la marcha, organizada en la capital del país. Podemos decir, entonces, que la experiencia tardó 11 años en llegar a Santiago del Estero, no porque la práctica haya sido negada, sino porque la masividad del género llegó, sobre todo, a nuestro territorio a partir del cómic dibujado por Kirkman llevado a la televisión en forma de serie, de episodios semanales.El caso santiagueño funciona como doble dispositivo: por un lado, la experiencia de la marcha en sí: cientos de jóvenes bajo un mismo denominador común, maquillados, disfrazados, corporizados como zombi. Y por otro lado, como disparador para la participación masiva respecto a la complejidad de los fenómenos culturales que están relegados a lo dominante y lo subalterno de cada cultura. Como sabemos -apoyados en los teóricos de la Escuela de Birmingham y sobre todo en el trabajo de Raymond Williams- toda cultura pretende elementos aprovechables de su pasado, pero se ocurren variabilidades dentro de los procesos culturales contemporáneos, del ahora. Eso a lo que el autor denomina lo “residual”, formado en el pasado pero activo en los procesos culturales actuales.Es precisamente en esta instancia de entrecruzamiento entre los procesos culturales actuales y los remanentes de la cultura dominante donde salen a la luz estas tensiones, que nos llevan a ponernos de un lado o del otro, ya sea con respecto a la experiencia zombiwalk (por ejemplo) o a cualquier producción que sea vista como una “amenaza” hacia los valores y las costumbres nacionales. Nada deja lugar a un posible aggiornamiento por parte de las comunidades de jóvenes que no dejan (ni dejarán) de lado el cumulo cultural que han experimentado desde niños sino que, ante la posible emergencia de una cultura única y globalizadora algunos fragmentos de las culturales locales puedan ir en retroceso a merced de estos procesos culturales vistos como “exóticos” o “raros” con los jóvenes de la mano, en permanente off-side. Ya lo sufrió en carne propia el emergente rock argentino de mediados de los sesenta, apuntado como “extranjerizante” e incluso censurado en tiempos de la guerra de Malvinas por la creencia de un potencial extravío identitario por parte de sus adherentes. La apropiación y el uso de estas experiencias culturales acarrean innumerables resignificaciones que propician la aparición de nuevas formas de experiencia colectiva. Los jóvenes involucrados en el evento no pretenden calcar o copiar al pie de la letra la forma en la que el éste puede llegar a darse en otra latitud, sino que edifican sus subjetividades precisamente a través de esa experiencia colectiva. Toman los elementos que les anteceden y los empapan de nuevos sentidos.Dar cuenta de estas experiencias a través de la oposición, a partir del antagonismo, se perfila aquí como la estrategia valida a la hora de poner en escena estos dispositivos –para el caso, el dispositivo marcha zombi- como negativo para la cultura local, cotidiana. Tal como señala Fiske (1989): una de las mejores maneras de describir la cultura de lo cotidiano es utilizar metáforas de lucha o de antagonismo: estrategias que se oponen tácitas, la burguesía que enfrenta al proletariado, la hegemonía que confronta con las resistencias, el poder dominante impugnado por las fuerzas que vienen de abajo, la disciplina por el desorden.Echar un vistazo sobre los comentarios de los foristas de las webs informativas de Santiago del Estero? que se hicieron eco del encuentro, alcanza para documentar los momentos en los que brota la puja urgente y proteccionista por la legitimación de “lo nuestro”. La mayoría de las voces apelan precisamente a esta supuesta condición extranjerizante del evento donde “la tradición” se enarbola víctima de la mundialización de la cultura, se ve amenazada su hegemonía ante el surgimiento de estas nuevas expresiones de resistencia. Resistencia que no es más que la puja entre hegemonías diversas. No podríamos imaginar de ningún modo al mercado construido como subalternidad respecto cualquier cultura vista como tentativa presa.Pidamos por lo nuestro, lo identitario, lo tradicional, lo esencial y terminaremos cortando una guitarra de la rama de un quebracho colorado cual si fuera un fruto. Si bien la metáfora puede sonar violenta, existe una instantánea que se repite sin piedad dentro paisaje local: es el brote reivindicatorio del surtido catálogo de valores, esquemas, consignas y parafernalias que emergen de lo más profundo de alguna parte cuando eso a lo que llaman “Lo nuestro” se sospecha atacado. No son ni la cumbia colombiana ni las novelas mexicanas las que vienen por todo. Tampoco son las pizzas (más argentinas que italianas) ni son los tambores africanos que adaptamos bajo el nombre de “bombos”, muchos menos la guaracha cubana, tan nuestra. Algunas aguas empapan mejor y otras empapan peor, como las infracciones de tránsito: la 4×4 modelo 2013 cruzando en rojo infringe menos feo que el cadete rasante en su motito. Y ni hablar que los que pregonan marchas de muertos que caminan son jóvenes, para qué redundar.Esa idea de “lo nuestro” nos aparece no extraída del devenir de los tiempos, sino procedente de las entrañas de algún monte tupido, esencial, natural. Algunos links de consulta http://www.diariopanorama.com/seccion/locales_13_1/los-zombies-marcharon-por-las-calles-de-santiago_a_130899 |